Sentada frente a una taza de té en la pequeña mesa
del café ve transitar la vida. Aunque la invade la
melancolía hay algo de calma en su espíritu. Tal vez sea
el ambiente coqueto del café francés o las personas que
la rodean con esa sencillez elegante de quien no tiene nada
que demostrar. No tiene prisa. Nadie la espera. El tiempo
se paró para ella aquel día. Desde entonces lo ve pasar
unas veces con su dolor a flor de piel otras, con esa
calma ausente pero, siempre preguntándose hasta cuando podrá
soportar la certeza de que su vida pasó y ahora solo le
queda verla, como hoy, tras los cristales del pequeño café
de Paul sintiéndose sumergida en esa calma ausente en la
que escribe.