Con dulces y ligeros besos la acaricia. Con la suavidad del amante sabio que conoce los caminos más recónditos del deseo, lame su piel haciéndola cerrar los ojos para así disfrutar más aun de ese placer contenido que invade su cuerpo. Su mente se desvanece y flota dejándose llevar por la profunda sensación que le produce ese sol de otoño que tanto le recuerda a sus caricias.
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