Le duele hasta hacerle sentir dolor en el pecho pensar que pronto se irá. Que pronto dejará de verlo, de oírlo. Que pronto su figura se alejará para siempre. Que sus ojos cafés dejaran de mirarla. Que no habrá más largas conversaciones comentando sobre la vida, a la hora del desayuno. No habrá más tardes en el jardín escuchando música. No tendrá más la complicidad de compartir con él sus ideas, sus gustos, sus opiniones. Nunca más mirarán juntos el mar del norte que tanto les gusta. No volverán a sentarse a comer en el puerto de pescadores percebes y sidra y reír enamorados como jóvenes de sienes plateadas. Las sesiones de cine a las cuatro, los paseos en bicicleta, las sencillas salidas a la plaza Mayor al sol de invierno con él se irán. Nunca más volverá a sentir su olor ni su calor. Ni volverá a escuchar sus pasos y su voz.
Va a perder a su compañero, a su amigo, a su amante. Se siente como un pájaro herido sin rumbo. Se quedará sola. Un hueco se abre a sus pies. Le parece imposible pero es cierto. Sabe que su pena será inmensa y el vacío profundo. Su vida con él se va. No quiere perderlo. Pero él se está yendo ya y ella empieza a llorarlo.