El abrazo fue profundo. Tu calidez y seguridad me reconfortó. Y aunque no estés presente siempre a mi lado tu serenidad y dulzura dejan en mí un pozo de armonía. Me das la fuerza y la tranquilidad necesarias para afrontar esta dura batalla.
Con la pasión de los veinte años te engendré. Fuiste deseado con la locura e inconsciencia de mi juventud. Disfruté de tu candor, de tus hermosos ojos y de los lindos colochitos que poblaban tu cabeza de niño. Traté que crecieras con amor, dignidad, respeto y responsabilidad. Mi juventud pasó y tú te has convertido en un hombre honesto, moderado, discreto, sensible y capaz. Miro tus ojos limpios, tu sonrisa clara y pienso que la vida nos premió al tenerte.
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