Una casa estilo
Tudor en medio
de la campiña, rodeada
por un inmenso
parque les abrió
sus puertas esa
mañana de agosto.
Qué hermoso resultaba
pasearse con la
calma propia que
pedía el lugar.
Siguiendo las indicaciones
pasaban de la
zona boscosa, a
la campas cubiertas
de flores silvestres
sabiamente distribuidas en un
perfecto juego de
colores. Los frutales
se alineaban en
filas rectilíneas. Luego
los jardines de
bellos macizos diseñados con
esmero teniendo en
cuenta tamaños y
colores. Las rosaledas
de mil clases
de rosas, el
invernadero lleno de
exóticas plantas, los
estanques cuajados de nenúfares
y los inmensos
árboles, gigantes apacibles
que los veían
pasar llenándoles
el alma de
paz. Solo una
frase se dijeron
el uno al
otro: “le hubiese gustado este
lugar”
y continuaron paseando.
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