Caminando por las suaves y verdes colinas que bordean los acantilados, escuchaban bramar las olas al reventar contra las rocas. Ante sus ojos se abría una inmensidad casi infinita. Ese día el cielo y la mar se confundían en un mismo azul. A lo lejos un caserio dibujaba su perfil. Eran jóvenes, con la pasión y el deseo a flor de piel. Sonriendo y con prisa buscaban el lugar perfecto donde temblando descubrirían por primera vez lo que sus cuerpos ansiosos anhelaban. Y, allí entre el mar y la montaña se unieron tímida e inexpertamente mientras él le decía:
“Te das cuenta de lo que estamos haciendo”
Ella sonrío. Torpemente pero con infinita ternura buscaron sus cuerpos.
Después fueron descubriendo los rincones dulces y secretos de la geografía de sus pieles y con pasión desatada palparon y lamieron la hermosura de su amor trenzándose en él.
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