Con sus cuatro corredores abiertos al patio interior, sus enredaderas cuajadas de flores moradas, sus inmensas palmeras que sobre pasan el tejado a dos aguas, el viejo convento, con su atmósfera cargada con el sonido tintineante de las espuelas y el susurro de las eneaguas la hacían trasladarse a un pasado imaginario donde los cuentos podían nacer en cada uno de sus rincones.
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