lunes, 28 de febrero de 2011

Otros Relatos

 Por eso Había Vuelto

Subió la cuesta hasta lo alto del cerro y despacio entró por la verja abierta. Nada más pisar sus piedras milenarias empezó a sentir ese halo tan especial que recordaba. Depositó su saco de mano en el suelo delante del mostrador y después de dar sus datos siguió al joven que le indicó su habitación.

Había vuelto. Estaba ahí. Ahora podía, otra vez, sentarse en la terraza y dejar ir la mirada desde aquella atalaya. Bajar por el sendero, recorrer sus jardines y admirar al poderoso Alcázar de Carmona, evocando al rey que lo habitó con su amada. Ahora, de nuevo, se veía envuelta por la atmósfera ancestral del comedor, sentía el frescor de su patio mudéjar abierto al cielo andaluz. Al abrir la ventana de la habitación intuyó la figura real cabalgando por la campiña, de regreso de la batalla, ansioso por encontrar entre los altivos muros del Alcázar, en los brazos de su amada, la paz que el mundo le negaba. El mágico lugar la envolvía. Le parecía escuchar los pasos y susurros de sus moradores. El tintineo de las espuelas de los caballeros al llegar de la contienda. El crujir de la madera y el roce de los vestidos de las damas y hasta los suspiros y jadeos de los amantes. No podía evitarlo. Su mente volaba e imaginaba la vida del rey y su amante envueltos en intrigas, traiciones y odios. Triste destino el de un amor tan acosado que fue tan fuerte y hermoso como el Alcázar que los protegía.

Por eso había vuelto para poder sentir, para poder palpitar, para poder imaginar. Había venido a soñar. No podía ser en otro lugar. Su alma se agitaba y su mente rebosante fantaseaba jugando con la historia y con su historia.

Lo cierto era que había pasado el tiempo. Poco importaba cuánto. Él se había ido y ella no lograba encontrar sentido a la luz de cada día y se hundía en el silencio de las palabras. Había vuelto a sus recuerdos tan vivos en el mágico lugar. Quiso regresar para presentir su sombra, dibujar sus manos casi palpar su cuerpo y estremecerse hasta las lágrimas, hasta casi tener miedo. Volvió para entre esos muros impregnados de amor y muerte, bajo el conjuro del embrujo, invocarle por última vez y después dejarlo dormir para siempre. Arrinconar las ropas negras del luto y salir de las profundidades de la pena.

El Alcázar la cobijó y soñó. Le sintió tan cerca que creyó rozarlo, percibir su olor y le pareció tenerlo. El hechizo fue perfecto. Había revivido aquella dulce noche de amor en el Alcázar de Carmona. Fue tan bella e intensa la ensoñación que transformó el dolor y el llanto de su pérdida en luz. En su alma sólo quedó el perfume del amado y la honda huella de su amor.

Lo dejaba junto al rey y su amante y se liberaba de ese amor muerto. Se sentó tranquila en el mirador abierto al horizonte verde de la vega, respiró profundamente el aire nítido de la mañana, tomó su cuaderno en blanco y brotaron las palabras.

Por eso había vuelto, para volver a volar, para volver a escribir. Ahora, cuando estuviese lejos, al otro lado del mar, en el país donde hablan los pájaros, mirando esta vez el horizonte de un lago inmenso, a los pies del volcán, no le dolería tanto su ausencia pues su recuerdo estaba guardado en el más bello de los sueños. Y, así su pluma podía seguir escribiendo y ella viviendo.



 El Butaco
Sentadas una frente a otra, se miraban, se observaban y cada una contaba su propia historia. No se escuchaban, no se buscaban. Dos mujeres hablando solas. Así pasaron horas hasta que se cansaron. Entonces se levantaron y se fueron. El cuarto quedó vacío. La ventana con la celosía echada lo dejaba en la penumbra. Pero podía verse en el rincón un espejo de cuerpo entero y frente a él, el único butaco que allí había.

El Hoy que Nunca Existió
Cuando fue adolescente quería vivir el futuro. Cuando fue mujer añoraba el pasado. Cuando llegó a anciana despreciaba su presente, temía su futuro y su pasado le dolía. El tiempo se le fue sin conocer la hermosura del hoy.

                                                     
La Casona
En aquel predio de la esquina donde solo queda un jilinjoche  de  flores salmones estaba la casa. Era grande y sólida como un barco varado en medio de la desolación. El muro que la rodeaba trataba de alejarla de esa pobreza. Las veraneras que crecían en él y el perfume de los jazmines que la perfumaban hacían lo posible por borrar ese mundo exterior. Un enorme jardín la rodeaba. En la parte delantera dos majestuosas araucarias le proporcionaban poderío y clase. Atrás cerca de la piscina crecía el malinche inmenso testigo de aquella tierra. Del lado de la cocina el mango, el limonero y el guayabo le daban un aire de finca.
La casona, como así la llamaban, era hermosa, amplia con una arquitectura de los años cuarenta. Copia, según decían, de una del barrio elegante de Chapultepec de México D.F. Era diferente a todas. Tanto como quienes la habitaban mezcla de raza, cultura y religión.
Por aquel entonces las mañanitas eran agradables. El aire suave y el agua de las mangueras regando creaban un ambiente de frescura. Era el mejor momento del día. Parecía que todo entraba en equilibrio. Empezaba la vida. Se abría la gran puerta que daba a la terraza. Se colgaban las hamacas con sus largos flecos y se colocaban las colchonetas amarillas en las sillas de hierro forjado. El sol poderoso  y solemne entraba por el salón ancho y largo como la nave central de una iglesia. Los muebles de caoba y los cuadros no acababan de llenar su amplitud sintiéndose un cierto desamparo. En sus laterales, como capillas dedicadas a los santos; estaban los cuartos: el rosado, el amarillo, el verde…
A esas horas ya se oían ruidos en la cocina. Las sirvientas empezaban a trabajar. Exprimían las naranjas preparaban el café negro y tostaban el pan para el desayuno del patrón. En el comedor se ponían los mantelitos individuales para servirlo.
La señora andaba en el jardín dando órdenes al jardinero. Se movía con energía y decisión. Observaba su mundo seguro y feliz.
- Oyó voces  - ¿La llamaban?
No, no era ya a ella. De ese su mundo feliz no quedaban más que los recuerdos impregnados en cada rincón de la casona. Dicen que nunca se supo o ya nadie se acuerda qué pasó. Se fue a otro país, muy lejos o quién sabe. Pero se cuenta  que un día en la esquina que se ve allí ya no estaba la casona. Solo el inmenso predio vacío con el jilinjoche de flores salmones. 



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