viernes, 5 de agosto de 2011

Habitada

Su casa olía a jazmín y un inmenso malinche le daba sombra. En el corredor del patio de atrás, en la gran hamaca, rodeada por los colores intensos de las enredaderas, los verdes de los colochos  y la suave brisa del atardecer escribía sus historias. Era el rincón perdido de su soledad. Donde se protegía y abrigaba de lo extraño y ajeno. Donde cerraba la puerta del cuarto oscuro de su dolor y abría la ventana de su alma. Donde a través de sus criaturas sentía  el  roce de una piel. Veía el color de las cosas. Paladeaba los sabores. Aspiraba los olores. La ayudaban a encontrar lo perdido y añorado. Venían preñadas de vida. Olían a café, a pan dulce, a ceniza de volcán, a mar, a mujer, a tierno, a hombre, a viejo y a muerte. La habitaban.

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