El día amaneció
con nubes bajas
de esas que
dejan una suave
y fina llovizna.
Pero pronto despejó.
Entonces tomó el
camino de la
ermita. Era la
primera vez que
lo hacía desde
la playa por
el monte cruzando
los caseríos, subiendo
y bajando repechos
llegó zigzagueando hasta
arriba. Desde allí
pudo ver la
mar en calma
con su paz
infinita y al
levantar la vista
los montes verdes,
hermosos y serenos
se alzaron ante
ella. A
los píes del pequeño muro de
la iglesia medieval
donde con sus
manos había dejado caer
sus cenizas y
los pétalos de
unas camelias rojas
ahora brotan un
sin fin
de campanillas silvestres
blancas. Esta vez
tomó una pequeña
piedra como símbolo
de su recuerdo
tal como hacen
los judíos, la
estrechó con fuerza dejándola
en el muro
de la ermita
diciendo:
“ayúdame. Tu pérdida
me ha
dejado huérfana de
amor y tu
ausencia la
vida vacía”
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