Hoy, por fin, me atrevo
a escribirte. El sufrimiento y la
pena han
silenciado mi deseo
infinito de hacerlo.
Tenía miedo que
las lágrimas y este
dolor
lacerante me lo
impidiesen. Pero hoy
sin saber muy
bien porque siento
que podré hacerlo.
Mi querida, queridísima, así
encabezabas tus cartas cuando
tenías veinte años. Así que hoy yo lo haré
de
la
misma manera:
Mi querido,
queridísimo:
Desde que
te fuiste mi
vida se fue
contigo. El vacio de tu
ausencia se instaló
en mí y vago en
la desgarradora evidencia
de tu perdida.
Pero hoy he
decidido que estás
conmigo. Y como
te dije y tú llorabas
al oírme vivirás
en mí.
Cuándo en tus últimas
horas te cantaba
quedamente las canciones
en francés de
mi infancia al
verte tan frágil y
desvalido y a
tu lado cuando
ya no abrías
los ojos, pálido
con la muerte
cincelada en tu
rostro tu mano
entre las mías
te decía “mi
caballero español” porque
fuiste honesto, valiente
y cabal ante la
vida y ante tu muerte. En
el silencio tú
y yo en
mi dolor, nos
dimos cuenta de la
inmensidad de nuestro
amor. Por todo
eso y mucho
más mi querido,
queridísimo he decidido que
no te has
ido. Que estás
en mí. Que
me acompañas. Que
como siempre me
cuidas. Que como
siempre me amas. Quizás así podré seguir
viviendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario