Los ocres y
dorados ya se
dejan ver entre
el verdor de la
campiña inglesa. Los
techos de tejas
oscuras de las
pequeñas casas a
penas se ven
entre su frondosidad.
Los suaves rayos
de un sol
otoñal la acarician mientras
a lo lejos
ve a los
niños corretear entre
las matas de
frambuesas con sus
cestitas tratando de recolectar las mejores
junto a la
figura tan querida
de su hijo.
En medio de
esa apacible armonía
soporta mejor el
vacío de su
ausencia y el
recuerdo de cuándo
estuvo con él.
Todo lo hermoso
lo vivió con él. Todo
lo que le
gusta le gustaba a él. Toda su
vida la vivió
junto a él. Aunque
el poeta dijese
que es mejor no
comer del mismo
trozo de pan,
ni beber de
la misma copa, ellos
lo hicieron así.
Nuca fueron dos ni hubo
espacio entre ellos. Se fundieron en
un solo abrazo
haciéndose uno. Fueron
una sola ola,
un solo tronco,
un solo aliento.
No sé si
es lo mejor
o lo más
sano. Pero fue así.
Por eso ahora
sufre inmensamente su partida
que a veces
logra calmar como
hoy; la tibieza
de una mañana
de otoño.
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