Desde aquel rincón
casi escondido del
parque se dominaba
la magnífica campiña
inglesa. Verdes colinas,
tupidos bosques y
un pequeño lago
al fondo componían
el bello paisaje
que contemplaban. Al
fondo entre los árboles se
podía ver la
hermosa casa victoriana
con sus techos
en pico, torres redondas y
chimeneas de ladrillo. Todo parecía
surgir de una novela
de Jane Austen.
De un momento
a otro verían por
los jardines o
el sendero a
sus personajes de
Sense and Sensibility
discutir apasionadamente sobre
la conveniencia o
no de tal
o cual actitud.
¡Cuánto le hubiese
gustado el verdor
de esa campiña,
su apacible y
relajante horizonte y la armonía
tranquila de su naturaleza!
Caminó por el
sendero en medio de
la paz que
el lugar le
ofrecía. La crueldad
de su ausencia
se adormecía en
aquella quietud. La compañía
de su hijo
lograba con su
cariño y comprensión
mitigar su pena
haciéndola menos hiriente.
Pensaban en él.
Hablaban de él.
Lo añoraban. Sabiendo lo feliz que
hubiese sido paseando
con ellos y
lo mucho que
le hubiera gustado
la hermosa mansión
de Standen.
No había día
en que no
lo recordase. No
había día en
que no pensase
en él. No
había día en
que no quisiese
tenerlo con ella.
No había día
en que la
vida no le
resultase un camino
duro sin aliento.
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