Rio abajo con
unos poco turistas
cargados con sus
mochilas y máquinas
fotográficas , acompañados por
lugareños que regresaban
a sus poblados
con quesillos, frutas y compras
de toda clase;
navegaba la pequeña panga
en medio del
ancho rio de
orillas de vegetación
espesa, de bosque húmedo
tropical. La lancha
paró en diminutos
embarcaderos y en
un pueblón destartalado
donde el trajín
de pasajeros que iban y venían
lo llenaban de actividad. Parecía
sacado de “Cien
Años De Soledad”
y su “Macondo”.
El viaje continuó lleno de hermosura
y al cabo
de una hora más o menos se
divisó a
lo lejos, en
lo alto de
una colina los
restos del antiguo
fuerte. Casi le
resultó de juguete
cuando se guarda
en la retina
el poderío de
los de la vieja
Europa. Amparadas por
él se levantan
en tambos de
madera las casitas multicolores
de sabor caribeño.El Castillo de una belleza ingenua como una pintura primitivista e inocente le ofreció su bienvenida fuera del tiempo y el espacio. Mientras el rio con su belleza la llevaba a pensar que recorría las aguas de “El Amor En Los Tiempos Del Cólera”.
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