A las seis de la mañana cuando desde la amplia ventana de esta habitación que es ahora nuestra casa; veía despacio desaparecer la bruma de un nuevo día soleado de otoño, traidoramente empezaron a corroerte los dolores. Llegaban los calmantes pero poco aliviaban tu dolor. Pasaron los médicos. No apreciaban nada alarmante. Pero a ti una zarpa cruel desgarraba las profundidades de tú ser. De tus ojos brotaban las lágrimas y de tus labios las plegarias.
Yo contenía las mías para no afligirte con ellas. Te llevaron hacer más pruebas. Te vi partir atado a esa cama. Conectado a tubos, cables y máquinas que pitan al menor desajuste chillona e insistentemente.
Entonces deje correr mi llanto, como no lo había hecho hasta ahora. Mis lágrimas caían como lluvia sobre mí con su paz. Y, otra vez en pié. Alerta a cualquier signo de tu cuerpo. A vigilar tú sueño. A acompañarte siempre.
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