Escuchó su voz
grave, siempre le
parecía algo triste e
insegura. Como tantas veces
le expresó sus
miedos. Con paciencia
trató de infundirle
confianza para que
no se hundiese
en las profundidades
de su mente
perdida. Le producía
un sentimiento de
ternura aquel hombre
enredado en las
telas de araña
que su cabeza
producía. Poco podía
hacer por él. Simplemente estar
allí y oír sus angustias
hasta que una
vez apartadas, sus
dedos volvían a
deslizarse por las
teclas del piano
mientras su alma
y su razón
encontraban, de nuevo, en
la música paz.
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