Abrió los ojos
inflamados de llorar
a otro día
que nada le
ofrecía. Sin embargo
siguió sus pautas
habituales. Hizo la
cama, levantó las
persianas, desayunó y
se vistió para
ir a andar.
No lograba comprender
porque continuaba. ¿Qué
la retenía, la
cobardía, el miedo,
el instinto? No
la ataban conceptos
ni creencias religiosas
de ningún tipo,
ni el posible dolor
causado por su
desaparición. Ella ya
no formaba parte
de ningún núcleo.
Entonces, ¿por qué
no se iba?
Muchas veces se
lo pregunta y
no halla respuesta
clara. Ahora forma parte
del ejercito casi
infinito de seres
humanos atados a
una existencia sin
sentido alguno. Allí está amarrada
por la fuerza
de un instinto
absurdo a un simple
tibio rayo de
sol sobre la
piel que le da calidez.
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