Nunca había visto
un bosque seco tropical en
medio del calor
y como compañero
el mar. Tamarindos que se elevan en la arena, cubiertos de pequeñas
hojas verdes, con
sus frutos escondidos
en una vaina oscura
que contienen un semilla de terciopelo
que en la boca , al
chuparlo desprende una
mezcla acida y dulce a la vez. Caminando
entre los esbeltos
árboles vieron pájaros
“Pecho Amarillo” y “Cara
Cara”, restos de
cangrejos azules y
rojos comidos por
los “Mapachines” hasta
llegar al manglar.
De entre sus aguas salían aquellos extraños y fantasmagóricos árboles
con sus largos brazos
brotanto por doquier, de sus tallos y ramas, que buscan
de nuevo la
tierra para enraizarse
en ella. Como gigantes
retorcidos y deformes
con sus mil
tentáculos tratan de sostenerse y
vivir. Buscan la
mezcla perfecta de
agua salada y
dulce para poder
subsistir y en
esa búsqueda forman
un bosque de
brazos oscuros y secos
que cierran el paso formando
un tejido tupido
que oculta el estero
de agua dulce
a orillas del
mar. No había
más que girar
a penas la
cabeza para ver el Pacífico.
Y
en esa pequeña playa
recoleta, desierta
y perdida
es donde las tortugas
van a desovar;
para una vez
nacidas, las poquísimas
que sobreviven, quince
años después regresaran, a su vez, a desovar y así, desde
entonces volverán todos
los años a esa
pequeña y recoleta
playa tropical de
Tamarindos y Manglares
a la caída del sol.
Pero ella no puede regresar a él. Aunque estas tierras lejanas; en su magia se lo hagan creer.
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