El músico con
su cabeza enredada
en la tela
de araña de
su esquizofrenia deslizaba
sus dedos sobre
las teclas del piano;
intentando escapar del
cuarto oscuro de
su mente. Pero
se detuvo, estiró
el brazo y
descolgó el teléfono.
Por fin una
voz amiga. La
conocía. Era cálida
y tranquila justo
lo que necesitaba.
Lo escuchó con
comprensión, lo acogió
sin consejos. Habló de lo que
en esos momentos
lo agobiaba y
poco a poco
por un momento
al menos su
mente se calmó.
No sabía a quién pertenecía
la voz de al otro
lado del teléfono
pero casi siempre,
en su escucha
le ofrecía ese
pequeño resquicio que
necesitaba para que, sus dedos
esta vez ágiles
se deslizaran por
las teclas del
piano llenando su
cabeza de música.
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