viernes, 5 de agosto de 2011

El Extraño Hospedaje

Alejada de los circuitos turísticos de la zona, por una carretera secundaría que se abandonaba al  salir del pueblo para tomar un camino de tierra, dejando a un lado un viejo granero del que en ese preciso momento salía un hombre mal encarado  en camiseta que hubiese sido el  personaje  perfecto de una película de terror; vieron la entrada a la propiedad.  Un macetero redondo de grandes dimensiones lleno de flores señalaban claramente el paso. A partir de allí todo cambió. Árboles hermosos y señeros perfectamente ubicados creaban una atmósfera singular. El césped cuidado invitaba a pasear por él. Al fondo a la derecha una antigua pista de tenis. Un poco más allá una piscina con algunas tumbonas de madera a su alrededor llamaban al reposo. A primera vista resultaba encantador. Sin embargo había en todo ello algo evocador  y perdido. Giraron a la derecha y allí estaba la casa. De madera, como todas las de la zona y con todo el sabor de la época en que fue construida. De dos plantas, tejado a dos aguas con hermosas y coquetas ventanas blancas.  La propiedad  les cautivó. No cabía la menor duda, era una preciosa casa de campo de mil ochocientos y pico.
Dejaron el automóvil en una especie de aparcamiento junto a un cobertizo  enfrente de lo que podía ser un anexo a la casa.  Llamaron a la puerta. Nadie respondió. La empujaron y cedió. EL amplio recibidor se abría a la gran escalera que subía al piso superior y a una doble puerta abierta que conducía a diferentes estancias.  Un gran salón con ventanal y salida al porche  daba al inmenso jardín de la propiedad, una sala de lectura cuyas paredes estaban cubiertas por estanterías llenas de libros en especial de literatura e historia americana  y finalmente un bello comedor en él que lucía una hermosa  y delicada araña que en su día fue de aceite. Algo en ella hacía sentir como si estuviese deshabitada aunque al mismo tiempo parecía llena de vida. Un halo de misterio la envolvía. Finalmente, sus voces consiguieron su propósito. Una señora de cierta edad esbelta y elegante  apareció. Les pareció demasiado mayor y cansada para ocuparse de atender a los clientes. Se excusó por no haberlos oído entrar y dirigiéndose al recibidor confirmó su reserva y les hizo firmar en un usado y viejo libro de registro que dejó en la mesa de la entrada junto a la lámpara de píe. Les invitó a seguirla para mostrarles su habitación en la primera planta. Subieron tras ella.  Abrió la puerta. El cuarto era amplio. Todo era grande y antiguo. La sobre cama, las cortinas, las alfombras, los tapetes bordados estaban cargados de años y polvo. De pronto sintieron la insistente mirada de unos ojos observándoles. Procedían del  rincón que había  entre la ventana y la cómoda. En el suelo, desde una pequeña mecedora les miraba fijamente una vieja muñeca de porcelana con su boca de corazón despintada y su lujoso vestido raído por el tiempo. Al pasar al baño lo encontraron muy extraño. Parecía un pasillo estrecho y largo con raras cortinas al fondo que  aparentaban tapar algo. Sintieron la impresión de que no debían quedarse en aquella casa pero por no parecer histéricos acallaron sus pensamientos y dejaron el equipaje. La señora se despidió y retiró para que se acomodaran. 
El alojamiento lo habían  localizado por internet. Aquella casa de mil ochocientos que había sido una antigua explotación agrícola rodeada de hermosos jardines les pareció perfecta y encantadora como alojamiento rural. Claro que en la web no se apreciaba su vejez. Ni se percibía la sensación de intrusos donde cual ladrones les pareció robar la intimidad de sus antiguos moradores.  Todo los evocaba. El  piano de cola abierto del salón esperaba las manos que se habían deslizado por él. Los libros a ser re-leídos por sus dueños.  Hasta la triste muñeca descolorida aguardaba las manos infantiles que jugaban con ella. Por todas partes parecía escucharse el eco de los pasos, las risas y susurros de quienes la habitaron.
Pero de eso no se dieron cuenta hasta llegar allí. Además les convenía mucho. No estaba demasiado lejos de  la vivienda de sus amigos, los Jhonson a los que habían prometido visitar cuando viajasen por aquella parte del país.  Así que sin pensarlo más dejaron su equipaje y se dirigieron a verlos. Tenían una casa preciosa al borde de uno de los muchos lagos encantadores de la zona. Pero lo más hermoso fue poder cenar bajo un magnífico árbol disfrutando de la caída del sol y sus últimos rayos reflejándose en el lago. Nada comentaron de la impresión un tanto extraña que les causó la casa rural. No quisieron inquietarlos, ni molestarnos. La cena transcurrió agradable comentando las impresiones sobre el viaje. Aunque no alargaron demasiado la velada era noche cerrada cuando se despidieron y emprendieron el regreso. Tardaron más de lo  previsto. Pues en los innumerables cruces verificaban el número de la carretera a seguir no fuesen a equivocarse. Así que algo tensos y cansados por fin llegaron.               
La oscuridad era casi absoluta. Tan solo la lámpara del recibidor iluminaba la entrada confiriéndole a la casa un aspecto tenebroso en medio de la noche. No había ningún automóvil en el aparcamiento. Recelosos bajaron y tal como les había dicho la anciana dama las puertas estaban abiertas. No era necesario cerrar. Entraron y a medida que  pasaban de una estancia a otra encendían todas las luces. El salón brilló y a pesar de su estado, parecía vestido de fiesta. La sala de lectura y música lucía con su tenue luz melancólica dispuesta a un solo de violín. El comedor al iluminar la araña centelló y sus mil cristales reverberaron.  El viento en ese momento los sacudió levemente produciendo un sonido delicado y misterioso. Era  realmente hermoso. Las paredes estaban adornadas con platos antiguos y en el aparador resplandecía el viejo juego de café de plata. La mesa ovalada estilo americano estaba primorosamente dispuesta para dos personas. Dos pequeños manteles bordados individuales con sus servilletas a juego graciosamente dispuestas sobre los cuales se posaba el servicio de fina porcelana para el café y las delicadas copas y jarra de cristal para el zumo les esperaban para el desayuno. ¡Eran los únicos huéspedes! 
Todo aquello les produjo desasosiego. Por una parte querían huir  de aquella atmósfera  extraña y misteriosa. Por otra parte la casa poseía un encanto innegable que les atraía. Además era demasiado tarde para buscar otro alojamiento. En esos pensamientos estaban, cuando les pareció escuchar un murmullo y vieron una leve luz a través de una rendija del comedor. Parecía proceder del anexo. Había una puerta que quizás podía comunicar con la cocina. Esa sí estaba cerrada. Golpearon…nadie respondió. Decidieron subir a su habitación. Dejaron todas las luces de la planta baja encendidas. La casa brillaba en la oscuridad.
El cuarto estaba abierto como casi todo en la casa. Esa noche de verano hacía un calor húmedo insoportable. El aparato de aire acondicionado viejo y destartalado a penas producía frío pero sí emitía un sonido ronco y potente capaz de impedir dormir en toda la noche. Trataron, entonces, de abrir las ventanas. Atascadas a duras penas lograron subirlas un poco. Cansados decidieron desvestirse y en aquella enorme y alta cama intentar descansar. Cosa posiblemente improbable. Al abrir el equipaje  y querer colocarlo en la cómoda; la sorpresa  fue encontrar todos los cajones llenos de ropa.  Quizás en el baño fuese posible colgarla,   no había ningún gancho para hacerlo. De nuevo, en ese momento, les pareció escuchar un murmullo y ver una tenue luz al fondo de aquel extraño baño en forma de pasillo con una cortina al fondo. La cortina ocultaba una puerta, detrás de ella una empinada escalera de caracol bajaba y allí había otra puerta cerrada. Estaban seguros. De allí procedía el murmullo y la luz. Podía ser una radio o un televisor. Llamaron, nadie respondió. Bajaron rápidos hasta la otra puerta cerrada del comedor. Ciertamente allí, también, se escuchaba el mismo murmullo y se veía la luz. Golpearon enérgicamente, nadie  respondió. A voz en grito llamaron. La única respuesta fue el silencio.
No lo pensaron más. Subieron a la habitación, abrieron la bolsa de viaje y desordenadamente dejaron caer sus cosas. Mientras la muñeca de porcelana, con sus labios despintados y su vestido raído los miraba sentada en su mecedora mecida por el viento,  sonriendo.  Bajaron precipitadamente las escaleras.  Al salir buscaron en la mesa del recibidor el libro de registro en el que habían estampado sus nombres. Allí no había nada, solo viejos papeles amarillentos.
Rápidos pusieron el auto en marcha y se alejaron de la vieja casa. Al mirar hacia atrás la casa estaba sumida en una total oscuridad a penas iluminada por la tenue luz de una pálida luna. Al pasar por el viejo granero creyeron ver, de nuevo, al hombre de mirada osca en camiseta.
Al cabo de unos días sus amigos se extrañaron al no recibir noticia alguna de ellos. Como no sabían donde se alojaban, tan solo que eran huéspedes en una preciosa casa rural cerca de la carretera 256, los buscaron por zona. Pero lo único que encontraron fue una vieja casa  de mil ochocientos abandonada. No pudieron entrar. EL acceso estaba cerrado por una valla. Un viejo macetero redondo lleno de flores secas marcaba lo que un día fue la entrada. Buscaron en las páginas web  los  alojamientos del entorno. No pudieron dar con ellos.  Algo sorprendidos pensaron que habrían seguido su viaje. Sin embargo lo más llamativo fue que no recibieron  ni una tarjeta, ni un email, ni una llamada; nada. No volvieron a saber de ellos. Nunca nadie supo más de ellos.

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