viernes, 5 de agosto de 2011

El Niño

Vivían cerca de la iglesia de la Merced. Yo me las encontraba a menudo cuando iba hacer mis mandados. Siempre con su platicadera, no hacían más que contar sin que nadie les preguntara las mil maravillas del hijo de una de ellas. La otra era soltera. Según decían el muchacho era un portento. Se había graduado en una de las siete grandes universidades americanas. Además, había podido por su excelencia optar a una maestría en una de las mejores de Europa. Hablaba tres idiomas correctamente y ahora trabajaba en el banco más prestigioso. Por supuesto viajaba por todo el mundo  bien en el avión privado de la entidad, bien en esa clase en la que hasta pijama le dan a uno pues el asiento se hace cama. Pero lo más llamativo era que al final de sus peroratas siempre decían:
-          El  pobre está tan ocupado que esta vez tampoco nos puede venir a ver. ¡Qué le vamos hacer! Pero nos llama continuamente. Ahorita nos vamos corriendo a la casa pues esperamos su llamada. -
Me enervaban hasta tal punto que pensaba decirles cuatro cosas cuando me las encontrara. Sin embargo me sorprendía el cómo la gente las soportaban. Así que le pregunté a la vendedora de vigorón del parque que, era la que más las escuchaba el por qué de su paciencia.
-          Usted no hace mucho que vive aquí y claro no conoce la historia. La alegría de esas dos mujeres era aquel lindo y dulce chavalito. Pero usted ya sabe. Hay gente a las que les caen las desgracias. Primero la casada enviudó bien joven. Después como vivían solas guardaron la pistola, del marido, cargada en el cajón de la mesita de noche por si los ladrones. Pero ¡hay que ver cómo son los zipotes! El pipito anduvo curioseando. Buscando tesoros como él decía. La encontró y se puso a jugar con ella. Cuando lo vio la tía pegó tal grito que el chavalo se asustó y sin querer apretó el gatillo y se pegó un tiro. Las dos mujeres se sintieron tan culpables y desesperadas que durante años se encerraron en su casa sin ver ni hablar con nadie. Hasta que un día de tantos como si nada salieron y empezaron a decir que al muchacho lo habían llevado interno. Después que se bachilleraba. Más adelante que si se había ganado una beca para la universidad y así sucesivamente. Tal como usted las ha oído. Un día de estos dirán que tiene novia y se casa. Todos les seguimos la corriente. ¡Qué vamos a hacer! -
Pocos días después, al cruzar el parque, las vi venir. Las miré atentamente y pude ver en el fondo de sus ojos la inmensa tristeza que padecían y trataban de acallar con aquellas historias  que casi llegaban a creerse sobre el niño ausente, perdido y soñado.

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