viernes, 5 de agosto de 2011

Quimera

Con la mayor parte de la vida a sus espaldas, cuando las canas ya cubrían su cabello y las arrugas su cara, despacio dejando caer  una a una las palabras  me relató  su historia. Me contó que la habitó amor.
Salamanca fue el marco perfecto con sus  piedras doradas  suspendidas en el tiempo. Las palabras que emanaban de sus muros y desvelaban el saber fueron su música de fondo. Y aquel joven musculoso y terso su encarnación. Se fundió en su cuerpo, toco la gloria, alcanzó el vértigo de la locura, la cima del arrebato. Traspasada por  ese fuego fue libre de prejuicios y ataduras. Vivió la pasión más hermosa y el enamoramiento más bello. 
A partir de entonces, sin darse casi  cuenta, imperceptiblemente el coraje, la fuerza y la inconsciencia de la pasión y el  enamoramiento se fueron alejando junto a las piedras doradas de la ciudad suspendida en el tiempo, la música del saber y aquel cuerpo perfecto de varón. Hasta llegar a ser el recuerdo más bello de los recuerdos. Velado en la memoria. Añorado en los sueños. Quimera de su deseo infinito de amor.

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