viernes, 5 de agosto de 2011

Nada más que Rencor

Era domingo. Hacía mucho tiempo que el ambiente era irrespirable. Él soportaba estoicamente el desprecio con el que era tratado; por miedo. Miedo a ser dejado, miedo al vacío y al fracaso, miedo a su propia debilidad. Ella estaba harta. Harta de su forma de ser, de su dependencia  y sobre todo harta de que no hubiese cumplido sus expectativas. Llevaba tiempo expresándole sin palabras su rencor. Había llegado a detestar todo lo que tuviese que ver con él, su familia, sus amigos,  sus gustos. En lo más profundo de su mente como en una computadora los circuitos empezaron  a elaborar la forma y manera de librarse de aquel hombre que no hacía más que amagarle la vida, al que no amaba y si detestaba tal como era. Sabía que jamás entendería que no quería vivir más con él, que debía irse. Para eso tenía que convertirse en la victima. Los hechos la apoyarían. Él sería el responsable. Así quedaría libre de la culpa de abandonarlo solo ante su debilidad. Podría contar con el apoyo sin fisuras de sus hijas que siempre había amarrado a ella  haciendo de su hogar un geniseo  donde los hombres eran tan solo una necesidad o tal vez ni eso. Convertida en la mártir de un amor mal logrado tenía la batalla ganada. Sabía que no le resultaría  demasiado difícil. Lo llevó al límite. Le mostró su desprecio. Le fue fácil casi una liberación. Años guardándolo en el cajón oscuro de su alma, dejarlo escapar resultó  gratificante. Era como quien abre la ventana de una habitación cerrada y mal oliente  para ventilarla liberándola del olor repugnante que lo impregna todo.   Ya nada la retenía. Dejó escapar el rencor de tantos años de  frustración.
A los veinte  es tan fácil equivocarse. Creer que aquel joven dulce y guapo que se muere por tocarte será el príncipe azul que soñabas. Su amor fue pura ilusión y ensueño.  No era el ser que ella esperaba.   Él que ella quiso amar. Y cuando entendió que nunca podría llegar a serlo, lo odio. Por eso se liberaba. Rompía  las cadenas que la ataban e iba a vivir sin el lastre de llevarlo a su espalda.
Él se perdía en su soledad indefenso. Preguntándose incansable qué había hecho. Sin darse cuenta que la respuesta la tenía en lo que no había sido, en lo que no había dado, en la insatisfacción de una vida a la que no salvó ni la pasión ardiente cuando los cuerpos son jóvenes y se funden hasta el llanto en su profunda belleza ni la fuerza de un amor enraizado hasta en lo más hondo capaz de aguantar  los empellones implacables de la vida.
Sin embargo, él  incapaz de afrontar el fracaso y buscar la salida, se hunde sin remedio en la demencia  y cobardía de sus obsesiones y  soledad. Lo único que desea es regresar  a aquella mala vida de desprecio y rechazo donde siguen ocultos todos los fantasmas. 
Pero ella frente  a la soledad y el abandono  con la mente trastornada por el vacio lo busca y  ante su servil actitud  lo convierte en su pelele. Será el lacayo que acepta sus condiciones y se aviene a sus imposiciones. Así se siente  erróneamente satisfecha. Ahora  ambos comparten una relación mal sana. Y caminan, de nuevo, por una senda peligrosa, oscura y traidora. Quizás en la locura se encuentren....

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