viernes, 5 de agosto de 2011

El Sueño de doña Adela

 Su estado de abandono es casi absoluto. A penas puede verse el color amarillo en la que un día fue pintada. Dividida entre una pulpería, un salón de refrescos y la vivienda, aun mantiene algo del encanto de la típica casa colonial que en su día fue.
Lo que a ella le ha tocado no es más que un pedazo del gran corredor, un cuarto y al fondo un recoveco que hace de cocina con un minúsculo patio. Casi no tiene muebles. Tan solo un par de viejos butacos, dos sillas, una mesa y la hamaca. De las altas paredes desnudas cuelgan algunas fotografías amarillentas de lejanos lugares y remotos tiempos. Así vive, ahora, doña Adela Sarmiento.
A doña Adela se le ven los huesos a través de su reseca piel. Sus piernas a penas la sostienen. Sus manos huesudas y manchadas parecen palomas muertas. Su rostro  surcado por profundas arrugas  y desfigurado por la edad asemeja a una máscara deforme. Sus ojos húmedos y nublados se apagan hundidos en sus cuencas. Doña Adela a sus más de noventa  y tantos años es frágil y quebradiza como una hoja seca.
Sentada en su butaco en la esquina del corredor que da al patiecillo pasa las horas. Allí siempre corre una ligera brisa que algo la alivia de aquel aire caliente y sofocante que parece quemarle los pulmones. Con los ojos cerrados sin apenas moverse da la impresión de no estar ya en este mundo. Ya nada hace. Ya nada tiene. Ya nada espera. Pero los días siguen uno tras otro y doña Adela Sarmiento continúa sentada en la esquina del corredor. La espera es larga, amarga y cruel.
Sin embargo  doña Adela tiene un sueño. Querría ir al lago. Acercarse al embarcadero, alquilar una lancha y suavemente escuchando el “plof plof” del motor navegar hasta donde las isletas con su exuberante vegetación, sus garzas delicadas, esbeltas y quietas que te miran al pasar, se abren al lago inmenso como la mar. Dejar a tras la silueta magnífica y solemne del volcán como la de un gigante dormido, los techos de tejas de la vieja ciudad aletargada como una bella durmiente y la cúpula barroca y criolla de la catedral. Entonces, allí precisamente allí querría unirse para siempre a las oscuras arenas del mágico Cocibolca. Para volver a formar parte, por fin, del universo.

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