viernes, 5 de agosto de 2011

El Paraiso

Sus mañanas son dulces y resplandecientes. Sus tardes bañadas por la fina garuba huelen a tierra mojada. Sus noches frescas envueltas por el etéreo algodón de sus brumas  invitan a acobijarse bajo las frasadas  para dormir arropados. La vida transcurre en los cafetales. Plácida sigue la  cadencia de su ciclo. Se mantienen y limpian los sembrados.  Se espera la llegada de la floración  que lo cubre todo con su manto blanco, delicado y efímero invadiéndolo con su aroma exquisito y ligero. Después, el lento desarrollo de su fruto rojo y vivo como la vida. Para tras la larga espera  ser cosechado por las  mejores manos con la alegría del sueño cumplido. Así se repite la armoniosa rutina de la vida. No hacen falta muchas cosas cuando uno se integra a su  compás. Marcando el paso sin estridencias. Encontrando el dulce sabor de lo cotidiano. No sintiéndose  ni mejor, ni peor. Simplemente sabiéndose. Sin desear, ni anhelar tan solo viviendo.      

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