viernes, 5 de agosto de 2011

La Despedida

Se encontraban ante su cadáver. Cada una veía aquella figura inerte de manera diferente. La una pensaba que nunca había sentido su amor. La otra que no la había amado. Ella que aquella mujer había sido muy desgraciada. Pero, tal vez, se equivocaban y aquella figura inerte, simplemente, había vivido a su manera. Como supo. Como pudo. Como todos los demás.
A  ella le hubiera gustado que su muerte hubiese sido rápida y tranquila. Le hubiese gustado tomarla de la mano y ofrecerle la suya. Sentir que se iba en paz. Segura de haber llegado a su fin. Ver a la muerte envolverla con su suave velo y decirle adiós.                            
Pero no supo si sabiéndola cerca la buscó o, si sabiéndola cerca la rechazó. Su inquietud era, unas veces, grande y desesperada, otras cansada y abatida. Mientras le acompañaron las fuerzas exigía. Cuando la abandonaron no quiso consuelo. No supo si su fe la ayudó. No supo si encontró paz en la oración.  Solo supo que fue duro verla irse. Solo supo que cuando se fue sintió alivio. Solo supo  que al fin descansó. Solo supo que ya no se debatía  más entre la vida y la muerte. A ella le quedo la amargura de su adiós.

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