En la pradera,
al lado del
muro medieval de
la pequeña iglesia,
crecían de nuevo
con la llegada
de la primavera
flores silvestres azules
acompañando su recuerdo.
Había escogido aquel
rincón recoleto y
tranquilo donde un
día le juró
amor eterno para
dejar este mundo
y hoy acompañado
por los montes
cubiertos por una
ligera bruma, el
concierto de los
pájaros, las flores
silvestres y ella celebraba su
eterno cumpleaños.
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